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Los seres humanos poseemos ideas, la idea de verdad es una de ellas. Resolver la ambigüedad con frecuencia es hacer una elección que consideramos verdadera. Tal vez el miedo a la verdad podría tratarse del temor a poseer determinadas ideas o el convencimiento de que otras personas las posean y nos las impongan. Pero el miedo no es una idea, es una emoción. El cerebro humano está dotado de un sofisticado sistema del miedo que puede fácilmente condicionarse. En condiciones normales nos sirve para que nuestra mente reaccione rápidamente frente a una alarma potencialmente peligrosa. 

Los neurocientíficos se han preguntado si el miedo a la verdad no sería más que un mecanismo de protección de nuestro cerebro frente a ciertas alarmas psicosociales. Quien tiene miedo a la idea de verdad puede ignorarla, y ocultarla hasta el olvido como un perfecto sistema de ajuste a una determinada condición personal potencialmente amenazante o ambigua. 

 Los humanos tenemos una idea de la verdad mediante una combinación de la percepción y de la inferencia para darnos la explicación más convincente posible de los hechos. 

Si el miedo a la verdad es un mecanismo de protección frente a ciertos riesgos, reales o imaginarios, personales o sociales, podemos caer en la seducción de lo irracional como remedio a la angustia de saber quiénes somos, quiénes son los otros y en qué mundo vivimos.


Desde el punto de vista biológico, el miedo es un esquema adaptativo, y constituye un mecanismo de supervivencia y de defensa, surgido para permitir al individuo responder ante situaciones adversas con rapidez y eficacia. En ese sentido, es normal y beneficioso para el individuo y para su especie.
Desde el punto de vista neurológico es una forma común de organización del cerebro primario de los seres vivos, y esencialmente consiste en la activación de la amígdala, situada en el lóbulo temporal.
Desde el punto de vista psicológico, es un estado afectivo, emocional, necesario para la correcta adaptación del organismo al medio, que provoca angustia y ansiedad en la persona, ya que la persona puede sentir miedo sin que parezca existir un motivo claro.
Desde el punto de vista social y cultural, el miedo puede formar parte del carácter de la persona o de la organización social. Se puede por tanto aprender a temer objetos o contextos, y también se puede aprender a no temerlos, se relaciona de manera compleja con otros sentimientos (miedo al miedo, miedo al amor, miedo a la muerte, miedo al ridículo) y guarda estrecha relación con los distintos elementos de la cultura.
Desde el punto de vista evolutivo el miedo es un complemento y una extensión de la función del dolor. El miedo nos alerta de peligros que no nos han ocasionado algún dolor, sino más bien una amenaza a la salud o a la supervivencia. Del mismo modo en que el dolor aparece cuando algo nocivo ataca nuestro cuerpo el miedo aparece en medio de una situación en la que se corre peligro.


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